1.¿ES UNA VENTAJA QUE NUESTRAS ACCIONES SEAN ÉTICAS?
A veces la condición de ser libres y responsables es vivida por nosotros de un modo negativo, como algo desagradable. En esos casos nos gustaría no haber sido libres. ¿Cuándo tenemos tales pensamientos? ¿Por qué? Cuando las consecuencias de mi libre acción son repulsivas, porque en el fondo no queríamos que se produjesen tales cosas. Porque surge un voz interior que nos acusa. Es la voz de la conciencia que nos dice: eres culpable. Este dolor psíquico o remordimiento no lo tienen las hormigas, porque no tienen tampoco conciencia ni libertad. Las razones por la cuales hacemos cosas que no queremos hacer en el fondo y que nos producen este dolor psíquico son varias, pero fundamentalmente son el miedo, la ambición y la obediencia ciega a una autoridad.
A veces tenemos miedo a morir o a perder una situación vital que consideramos privilegiada. Otras veces, aunque nuestra situación sea mala, tenemos miedo de llegar a estar en otra aún peor.
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“El miedo nos cegó” (1ª parte)
Hans y Karl Müler eran dos gemelos que nacieron en un pueblo cercano a Berlín (Alemania), en el año 1921. Hans y Karl tenían muchas cosas en común aparte de su aspecto físico. Poseían un temperamento muy similar y recibieron la misma educación.
En 1940, cuando los dos hermanos alcanzaron la mayoría de edad, decidieron servir como voluntarios en el ejercito alemán. Los discursos apasionados de un tal A. Hitler, fueron en gran parte, responsables de su mutua decisión. Con su ayuda, pensaban convencidos, Alemania podría ser de nuevo una gran nación.
Hans y Karl no dudaban de que sus actos eran fruto de su patriotismo y amor a Alemania; ellos no deseaban la guerra, pero la verdad era que según iba pasando el tiempo, ésta parecía inevitable. Hans y Karl estaban, como la mayoría de los soldados de cualquier país, dispuestos a cumplir con su deber. Esto les llenaba de orgullo.
Durante los primeros meses de guerra, Hans y Karl observaban que muchos de sus vecinos desaparecían misteriosamente. Otros, la mayoría comerciantes, empobrecían súbitamente y eran tratados por todos con desprecio. Las explicaciones oficiales decían, cuando se dignaban a hablar, que tales personas iban en contra de los intereses de la nación y por lo tanto el castigo era merecido. Hans y Karl observaron que, casualmente, todas estas personas eran, o bien judías, o extranjeras, o que, simplemente, exponían abiertamente sus ideas. Entre ellas se encontraba el panadero que solía regalar caramelos a Hans y Karl cuando éstos eran pequeños y del que los hermano, no volvieron nunca a saber. A pesar de todo, Hans y Karl fueron soldados valientes en la batalla. Les ascendieron rápidamente y en ese momento fueron trasladados de destino. Les enviaron a un campo de concentración donde debían custodiar prisioneros.
A Hans y Karl la nueva situación les gustaba menos que la batalla, pero por deber a su patria desempeñaron su cargo, al principio, con el mismo gusto. La función que realizaban Hans y Karl era muy concreta: un grupo de hombres, mujeres y niños desnutridos y harapientos, aparecían por una puerta. Ellos los conducían, a lo largo de un pasillo, a otra puerta por donde, inmediatamente después, desaparecían. Según las explicaciones oficiales, estos prisioneros eran encerrados allí para ser desinfectados. Sin embargo Hans y Karl a veces oían gritos del otro lado de la puerta y no volvían a ver a ninguno de los grupos, pues siempre aparecía un camión que enseguida se los llevaba a todos en absoluto silencio. Hans y Karl intuían que después, detrás de la puerta, ocurría algo horrible. Al cabo de dos meses Hans y Karl dejaron de estar orgullosos de ser soldados alemanes. Sus acciones, regidas antaño por el sano deber, pasaron a ser motivadas por el miedo de ver algo horrible que hubiese sembrado la intranquilidad en sus conciencias. En muchas ocasiones quisieron desobedecer órdenes, pero temieron por su vida. La deserción era otra posibilidad, pero de nuevo temieron que la vida fuese entonces, demasiado dura; un fugitivo no puede disfrutar de su familia, comer todos los días o dormir cómodamente.
Cuando acabó la guerra, Hans y Karl supieron sin ninguna duda, el horror que habían provocado sus acciones. Hans y Karl sintieron un dolor íntimo: se sentían culpables.
La obediencia ciega y la ambición en muchas ocasiones nos ciega de la misma forma que el miedo. ¿Cuántas injusticias seriamos capaces de realizar si alguna autoridad nos lo manda o si nos prometen ver cumplido alguno de nuestros deseos?
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“La obediencia ciega nos cegó”
En 1963 el famoso psicólogo Stanley Milgram llevó a cabo un experimento en la Universidad de Yale de EE.UU. Una serie de individuos debían administrar una descarga eléctrica a otro individuo atado a una silla cuando éste respondía inadecuadamente a unas preguntas. Un profesor universitario informaba a los futuros verdugos de que se trataba de un experimento sobre la memoria y el aprendizaje. En cada caso el individuo atado afirmaba que le habían detectado un leve problema cardíaco en presencia de quien debería suministrar las descargas. El profesor le respondía que, aunque los golpes eléctricos podrían ser dolorosos, no le causarían ningún daño grave. Enseguida, el profesor se iba con el preguntador a una habitación contigua. Ambas salas estaban conectadas por micrófonos y altavoces, de modo que las respuestas pudieran ser oídas. En la sala del preguntador había un aparato graduado con 30 posiciones, que iban desde los 15 hasta los 450 voltios. Y se le explicaba al preguntador que su trabajo era suministrar la descarga cada vez que el otro individuo diese una respuesta equivocada. Empezaría en el nivel más bajo (15 voltios) e iría incrementando su nivel en 15 voltios cada vez. Un golpe de 45 voltios se siente de manera moderada; sobre 100, ya es un golpe fuerte; sobre 195, es un golpe muy fuerte; sobre 255, un golpe intenso; sobre 315, de extrema intensidad; sobre 375, el shock es severamente peligroso. Más de este voltaje es casi muerte segura.
En la investigación participaron 40 hombres, de edades entre 20 y 50 años, representando una muestra común de la población, personas normales y corrientes ¿Qué ocurrió? Cerca de dos tercios de ellos (24 de 40) administraron el máximo de 450 voltios, y el promedio del nivel máximo que administraron todos fue de 368 voltios. Demasiado alto. El que suministraba el castigo, en cada ocasión, podía oír los quejidos y las súplicas de la persona que recibía las descargas, que eran especialmente dramáticas. La mayoría expresó verbalmente que se negaba a continuar en una o más ocasiones. Pero continuaron cuando el profesor les ordenó hacerlo, quien les aseguró que lo que sucediera sería de responsabilidad exclusiva de la Universidad.
Lo que hasta entonces no sabían estos voluntarios era que estaban en una situación cuidadosamente montada. El que recibía las descargas era en realidad un actor y no recibía ciertamente ningún shock eléctrico. Las respuestas y quejidos que daba a través del micrófono estaban grabadas, para que fueran exactamente las mismas para todos los preguntadores.
Prácticamente todas las personas que aplicaron los máximos niveles de shock mostraron extremo malestar, ansiedad y desaliento. Se sentían culpables. El profesor Milgram se escandalizó del alto porcentaje de individuos normales que llegaron a hacer cosas que en el fondo no querían hacer. Sólo por la confianza ciega en una autoridad. Si además de esta autoridad existiese la amenaza de recibir algún daño si no obedecían o ciertos premios al obedecer adecuadamente, ¿no es cierto que el número de individuos que se habrían mostrado crueles hubiese aumentado sobremanera?
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“Presión de grupo”
¿Diríamos o haríamos algo manifiestamente falso o incorrecto solamente por no incomodar al grupo al que pertenecemos?
Los experimentos de conformidad con el grupo de Asch fueron una serie de experimentos realizados en 1951 que demostraron significativamente el poder de la conformidad en los grupos.
Los experimentadores, conducidos por Solomon Asch pidieron a unos estudiantes que participaran en una “prueba de visión”. En realidad todos los participantes del experimento excepto uno eran cómplices del experimentador y el experimento consistía realmente en ver cómo el estudiante restante reaccionaba frente al comportamiento de los cómplices. El objetivo explícito de la investigación era estudiar las condiciones que inducen a los individuos a permanecer independientes o a someterse a las presiones de grupo cuando estas son contrarias a la realidad.
Los participantes -el sujeto verdadero y los cómplices- estaban todos sentados en la sala de una clase en donde se les pidió que dijeran cuál era a su juicio la longitud de varias líneas dibujadas en una serie de exposiciones: se les preguntaba si una línea era más larga que otra, cuáles tenían la misma longitud, etc. Los cómplices habían sido preparados para dar respuestas incorrectas en los tests y determinar si ello influía en las respuestas del otro estudiante.
El experimento se repitió con 123 distintos participantes. Se encontró que aunque en circunstancias normales los participantes daban una respuesta errónea solo el 1% de las veces, la presencia de la presión de grupo causaba que los participantes se dejaran llevar por la opción incorrecta el 36,8% de las veces.1 Las respuestas mostraron una variabilidad importante según los individuos: solo un 5% de los sujetos se adaptó siempre a la opinión errónea de la mayoría. Un 25% de los sujetos siempre desafió a la opinión mayoritaria, dando la respuesta objetivamente correcta. El 75% de los participantes dio al menos una respuesta errónea a las 12 preguntas, adaptándose a la mayoría.
Aunque la mayoría de los sujetos contestaron acertadamente, muchos demostraron un malestar extremo y una proporción elevada de ellos (33%) se conformó con el punto de vista mayoritario de los otros cuando había al menos tres cómplices presentes, incluso aunque la mayoría dijera que dos líneas con varios centímetros de longitud de diferencia eran iguales. Cuando los cómplices no emitían un juicio unánime (es decir, cuando uno de los cómplices daba la respuesta correcta) era más probable que el sujeto disintiera que cuando estaban todos de acuerdo. Los sujetos que no estaban expuestos a la opinión de la mayoría no tenían ningún problema en dar la respuesta correcta.
La obediencia ciega, la presión de grupo, el miedo y la ambición son, a menudo, motivos que nos hacen realizar cosas que en el fondo no queremos, y de las que luego nos sentimos culpables.
Ya hemos visto que la libertad puede provocarnos a veces cierto dolor como la culpa o el remordimiento, pero también puede provocarnos algunos placeres. En muchas ocasiones la libertad es vivida por nosotros como buena y positiva. Cuando hemos aprobado todas las asignaturas al finalizar el curso solemos recordarnos a nosotros mismos que somos libres, y lo hemos conseguido gracias a nuestra voluntad y capacidad. Este hecho nos suele producir cierta alegría y una intima satisfacción. La vida entonces nos parece más buena e interesante. Nuestra acción es merecedora de elogio y reconocimiento externo. Si así se produce, la satisfacción íntima se incrementa pues siempre es agradable que los demás reconozcan nuestros méritos. Este tipo de satisfacciones nunca las podrán tener las hormigas. Es evidente entonces que nuestra conciencia nos premia con la alegría y la satisfacción personal aunque no exista el premio externo.
2.¿QUÉ PODEMOS HACER CUANDO NOS SENTIMOS CULPABLES?
Todos nos hemos sentido culpables alguna vez. A veces por pequeñas cosas. Por una pequeña mentirijilla a nuestro hermano gracias a la cual hemos conseguido una ventaja, aunque nuestro hermano haya salido un poco perjudicado, por ejemplo. Sentirse culpable es muy molesto. ¿Qué podemos hacer? Veamos que es lo que hicieron Hans y Karl.
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“El miedo nos cegó” (2ª parte)
Hans se sintió absolutamente responsable de la muerte de miles de judíos. Consideró que, en el fondo, sabía lo que había estado ocurriendo; que podría haber hecho algo y no quedarse con los brazos cruzados.
Su situación no era fácil. Las circunstancias le influían, le invitaban a realizar ciertas conductas y no otras, pero Hans consideraba que no le determinaban, que no le obligaban a actuar como lo hizo. Podría haber desobedecido las órdenes, o podría haber desertado. Es cierto que si hubiera desobedecido las órdenes o si hubiese desertado, su propia vida habría peligrado. “Pero, ¿no merecía la situación correr ese riesgo? ¿Es mi vida más valiosa que la de tantas personas inocentes?”, se decía Hans. ” Yo y otros muchos como yo, ¿no somos responsables verdaderamente de miles de crímenes?”. Hans se suicidó a los dos meses de acabar la guerra.
Karl consideró fríamente el problema. Pensó que él no era responsable en ningún caso de aquellas matanzas. Desconocía las consecuencias fatales de sus acciones y por otro lado, se había limitado a cumplir órdenes que no podía desobedecer. Él no deseaba la muerte de aquellas personas. Karl consideró que su conducta estaba determinada por las circunstancias, que no era libre ni responsable. Por eso, siguió viviendo “alegremente” con su familia. Aunque a veces despertaba sobresaltado en la noche por causas de una pesadilla en que aparecían multitud de judíos gritando de dolor
Hans se considera absolutamente responsable y libre y se aplica un castigo igualmente absoluto como es la muerte. Karl se considera absolutamente irresponsable y no libre y se absuelve de toda culpa.
Ni la solución de Hans ni la de Karl nos parecen recomendables.
Hans no es absolutamente libre. Hemos dicho ya que la libertad humana es relativa y limitada. Así pues no es absolutamente responsable ni es absolutamente culpable, ni merece entonces un castigo absoluto como la muerte.
Karl no puede dejar de ser libre, aunque le pese. Ya hemos aclarado que la libertad, aunque sea relativa, es una condición a la que es imposible renunciar. Como Karl es libre en algún grado es también en algún grado responsable de su acción. Y desde luego no es absolutamente inocente. La actitud de Karl responde a lo que Freud llamó racionalización, un mecanismo de defensa del yo que pretende una justificación aparentemente racional de una acción motivada desde la irracionalidad. El miedo, por ejemplo. A veces así calmamos nuestro sentido de culpa, aunque recuerda que no del todo. Karl tiene pesadillas por la noche.
¿Cuál es entonces la solución? Tal vez no hay una solución clara y cada uno de nosotros debe buscar la suya. Pero, desde luego, la solución pasa por ser conscientes de nuestra libertad y ser conscientes también de la relatividad y de la limitación de ésta.
Hans y Karl deberían asumir sus responsabilidades. Tal vez no son responsables absolutos de la muerte de los judíos, pero si son responsables de tener miedo a perder un cierto nivel de vida o la propia vida, de tener miedo a conocer de forma explícita cosas que les desagradan. Todos estos miedos son muy humanos, y tal vez ninguno de nosotros podríamos asegurar que no haríamos lo mismo que Hans y Karl en similares circunstancias, y sin embargo esto sigue sin justificar sus acciones. En cada situación es tarea de cada uno de nosotros asumir la parte de responsabilidad que nos corresponde.
La conciencia de todos los hombres suelen funcionar de forma similar, y el remordimiento surge en todos en parecidas circunstancias. Claro que hay hombres que no tienen conciencia. Seguramente has visto la película El silencio de los corderos, el protagonista es Aníbal el caníbal, un cruel criminal, y no tiene ningún remordimiento por sus múltiples asesinatos. Los psiquiatras denominan a este tipo de individuos psicópatas desalmados, es decir, personas que padecen un trastorno mental, (psicopatía significa en griego patología o trastorno de la psique o mente) que consiste en ser des-almados, que no tienen alma o conciencia. Como son un peligro para los demás, los psicópatas desalmados suelen estar encerrados en sanatorios psiquiátricos o en cárceles, según el grado de su trastorno. Otros hombres tienen, tal vez, excesiva conciencia como Hans, o Edipo en la mitología griega:
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La historia de Edipo
Layo y Yocasta, reyes de Tebas, tuvieron un hijo, que sería a la postre el heredero. Pero el Oráculo de Delfos, que era el lugar donde acudían los griegos para saber sobre el futuro, auguró a Layo que su hijo le daría muerte y desposaría a su mujer. Layo, queriendo evitar tal destino, ordenó a un súbdito que matara a su hijo, pero éste, que no tuvo valor para matarlo, lo abandonó en el monte Citerón, colgado de un árbol por los pies. Un pastor halló el bebé y lo entregó al rey Pólibo de Corinto. Mérope, la esposa de Pólibo y reina de Corinto, se encargó de la crianza del bebé, llamándolo Edipo, que significa "de pies hinchados".
Al llegar a la adolescencia, Edipo, por habladurías de sus compañeros de juegos, sospechó que no era hijo natural de sus pretendidos padres. Para salir de dudas visitó el Oráculo de Delfos, que le auguró que mataría a su padre y luego se casaría con su madre. Edipo, creyendo que sus padres eran quienes lo habían criado, decidió no regresar nunca a Corinto para huir de su destino. En su viaje, en el camino hacia Tebas, Edipo encuentra a Layo y lo mata en una contienda sin saber que era el rey de Tebas y su propio padre. Más tarde, en la entrada de Tebas, Edipo encuentra a la esfinge, un monstruo con cuerpo de león alado, con cabeza de mujer y cola de serpiente. La esfinge preguntaba a todo el que veía el acertijo más famoso de la historia: ¿Qué criatura tiene cuatro patas por la mañana, dos por la tarde y tres por la noche? Quien no era capaz de resolver el problema era estrangulado por ella. El pueblo de Tebas estaba aterrorizado. Pero Edipo solucionó el enigma: El Hombre, pues de bebé anda sobre sus cuatro extremidades, después, cuando es adulto, camina sobre sus dos pies y finalmente, en su vejez, ayudado con un bastón. Al oír la solución la Esfinge, furiosa, se suicidó arrojándose desde una roca a gran altura, salvándose así Tebas del terror que infundían sus enigmas y crueldades. Como reconocimiento de su hazaña, Edipo es nombrado rey y se casa con la viuda de Layo, Yocasta, que era su verdadera madre, aunque él no lo sabía .Llegó a tener con ella cuatro hijos.
Transcurrido algún tiempo, por boca del profeta Tiresias, Edipo descubre que Layo era su verdadero padre y Yocasta su madre. Al saber Yocasta que Edipo era en realidad su hijo, se da muerte, colgándose en el palacio. Edipo, apenado por la muerte de su esposa, al saber que cometió parricidio e incesto, se arranca los ojos con los broches del vestido de Yocasta y abandona el trono de Tebas, escapando al exilio.
Hemos hablado mucho de la conciencia. Este especie de juez íntimo que nos premia o nos castiga y que examina continuamente nuestras acciones, pero ¿qué es?
Desde una postura tradicional y religiosa siempre se ha considerado que la conciencia, en algún sentido, es el mismo Dios que forma parte de nosotros y que todo lo ve. Un juez neutro y equitativo. Incluso algunos filósofos han querido ver en el hecho de que el hombre tenga conciencia moral una prueba explícita de que Dios existe. Si Dios no existe todo está permitido, decía el escritor ruso Dostoyeski, pero el filósofo alemán del siglo XVlll Enmanuel Kant, aunque era anterior al escritor ruso, parece dar la vuelta a este argumento. Decía Kant que precisamente porque íntimamente siento que no todo me está permitido, precisamente porque hay en mi interior una conciencia que me dice lo que es correcto o incorrecto y me puede premiar, y castigar a mi pesar, debe existir Dios. ¿Cómo se explica sino que a veces sea capaz de actuar perjudicándome incluso a mí mismo por un mandato misterioso que viene de mi interior? ¿Cómo se explica que sienta la obligación intima de compartir un bocadillo, aunque tenga mucho hambre y desease comérmelo todo, si a mi lado encuentro un niño hambriento? ¿No es esto demasiado misterioso? Un animal nunca actuaría de esta forma. Si un león tiene hambre y otro león cerca de él está enfermo y hace dos semanas que no come nada, el primer león no compartiría desde luego ningún bocadillo ni sentirá ninguna obligación interna que le lleve a ello. Tampoco tendría luego una conciencia que le recriminaría su acción.
La explicación religiosa no es la única teoría sobre la conciencia. En el siglo XX Freud nos da otra que tiende a eliminar todo misterio. Dice Freud que nacemos sin conciencia ni lenguaje, como los animales. Durante los primeros años de vida, fundamentalmente los seis primeros, vamos adquiriendo lenguaje y conciencia, y nos vamos haciendo humanos. El padre, cuando somos muy pequeños, nos prohíbe ciertas cosas y nos permite otras. Si hacemos lo que él quiere nos premia con halagos y caricias, y si no es así nos pone mala cara e incluso, a veces, nos da un azote. El niño, al principio nunca se siente culpable, sólo busca la caricia paterna y huye del posible castigo, pero poco a poco la figura de su padre, que viene a ser como un juez, se mete en su cabeza y se queda allí para siempre. En adelante esta figura paterna interiorizada, que Freud llama superyo, y que no es otra cosa que la conciencia moral, será la que nos premiará con la satisfacción íntima al hacer algo bueno o con la culpa si realizamos algo malo. La conciencia depende entonces de nuestra educación, y sobre todo del tipo de persona que haya sido nuestro padre y del tipo de relación que hayamos tenido con él. Como ves, para Freud Dios no tiene nada que ver con todo esto.
Cuestiones relativas al tema 2: LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD
1)¿Si Karl para reforzar su postura dijese que no es libre porque está determinado-programado por su carga genética o por su educación; qué le dirías?
2) Hans y Karl hacen algo que en el fondo saben que no deben hacer ¿qué motivo les lleva a hacerlo?
3)Atendiendo al texto sobre el experimento de Milgram, ¿qué motivo lleva a los verdugos a realizar algo que en el fondo saben que no deben hacer?
4)En clase hemos comentado el mito de Edipo. ¿Recuerdas lo que era un oráculo?¿Qué es un parricidio? ¿Qué es un incesto?
5/ ¿Te parece Edipo culpable?¿Merece un castigo? ¿Por qué?
6/ ¿Según Freud, cómo se origina la conciencia moral?
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